EL ÁRBOL DEL AHORCADO

"Efectivamente, al héroe del western le queda, en su partida, el eco que resuena en su conciencia".
Pablo Pérez Rubio. El western, viaje iniciático por los mapas de la épica.
Un buen western o un entretenido musical son dos ejemplos claros de una estética (terapéutica) típicamente wittgensteiniana.
En el western cinematográfico, el aspirante a ahorcado suele encontrarse siempre en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Una pandilla de energúmenos, allí presentes, atacados de los nervios por cuestiones relacionadas con el bolsillo (es decir, con los límites o lindes de un negocio o con los múltiples disfraces que suele adoptar este negocio), deciden tomarse la justicia por su mano y, saltándose a la torera todas las reglas de la comunidad y las normas escritas o no escritas, arrastran al pobre inocente, indefenso, hasta el árbol del ahorcado. Colores, símbolos e idiomas (es decir, cartas marcadas de póquer como patrias o banderas inexistentes o simples cabezas de ganado) desatan, entonces, tormentas de resultados imprevisibles. A veces, de camino hacia el patíbulo, los energúmenos se conforman con propinar una paliza terrible al condenado y, ya saciados, deciden abandonar la partida; otras, en cambio, el condenado acaba muerto, muy muerto, danzando de forma siniestra y balanceándose en el vacío. A veces, un héroe (¿Clint Eastwood, Gary Cooper?) se cruza en el camino de los forajidos evitando el fatal desenlace; y, en ocasiones, es el propio condenado el que consigue liberarse a tiempo alcanzando, de esta manera, la condición invencible del héroe. Qué piensa, qué postura defiende, o a quién representa el héroe, no importa ahora (al menos por el momento). Lo que verdaderamente importa, lo reseñable, es que el héroe dice lo que nadie quiere escuchar en el momento en que debe ser escuchado (es decir, en el lugar equivocado, en el momento equivocado) y que esta labor artística, sobrehumana, es lo que, a fin de cuentas, caracteriza y define al héroe.
La cuestión, más o menos, puede resumirse con esta pregunta: ¿qué valor tiene para nosotros (tan forajidos a veces, tan energúmenos) que se nos diga a la cara justamente aquello que no queremos oír, que nos negamos a escuchar? El valor o el no-valor de esta cuestión, como en otras cuestiones relacionadas con el movimiento, se muestra y se demuestra (o, finalmente, no se demuestra) exclusivamente andando.
Uno de los nuestros, o que pensábamos que era de los nuestros, o que sigue siendo de los nuestros a pesar de las apariencias, opina que ya no opina como antes, o que opina como antes pero con matices; que las cosas no son lo que parecen a primera vista y que conviene mirar a las cosas más detenidamente. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Cómo reaccionamos? Pues corremos a marcarlo como se marca a una res, le maldecimos y expulsamos ("usen contra los herejes la espada espiritual de la excomunión –que dijo el Papa Inocencio III allá por el 1200-, y si esto no resulta efectivo, usen la espada material") colocando el cartel de wanted (¡se busca!) en todas las cantinas y en todos los establos. En apenas un par de asaltos, se oye, amenazante, la voz del pastor del rebaño.
("Las veletas no cambian, lo hacen los vientos").
O también ese otro, que no es de los nuestros (o sí lo es y nosotros no lo sabemos), pero que vive alejado del centro de la polis, al margen de todo ("soy el tercer hombre"), en un barrio de inmigrantes africanos ("estoy solo y, cuando uno vive solo, tiene tendencia a sentirse culpable"), y que dice siempre lo que piensa ("¿por qué no abren este libro, mis libros, en lugar de acusarme?"), y que, por encima de todas las cosas, comete el error imperdonable de acudir al entierro de un tirano. ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué trato decidimos concederle? Por supuesto: le negamos todos los premios y reconocimientos previstos hasta ese momento, censuramos su obra completa, le borramos para siempre de nuestro mapa. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Cómo íbamos a actuar de otra manera?
Y por último, éste que es de aquí (justo de aquí al lado), de dentro de nuestras fronteras actuales o de lo que parecen nuestras fronteras (familiares) actuales, aunque también podría ser que no lo fueran y esto a él le preocupa considerablemente; éste que denuncia a los familiares por utilizar las palabras de la tribu incorrectamente ("mi crítica siempre es autocrítica"), por pretender aquello que él piensa no beneficia a nadie y que denuncia a los primos (sobre todo sus ideas), a los primos ("¿el que no se sienta nacionalista ni quiera a lo suyo no tiene derecho a vivir?") y a los tíos, a aquellos que utilizan (todavía) epítetos despectivos para señalar nuestra presencia. ¿Qué hacemos con él? ¿Qué hacen con él aquellos que se sienten desenmascarados, tan forajidos a veces, tan energúmenos?
("Cuando los hombres se atrevían a pasar los golpeaban. A las mujeres las pellizcaban, preferentemente en el culo").
De acuerdo: como ya avisaba el bueno de Leonard Cohen "hay una guerra en marcha" y no conviene olvidarlo al comentar este tipo de cosas; pero siempre resulta agradable mirar hacia aquellos que sólo se conforman con lo mejor para nosotros, con lo que ellos piensan es lo mejor para nosotros.
Por cierto, cuando el héroe (el condenado, el ahorcado, el periodista, el filósofo), recuperado ya de la agresión, monta en su caballo mustango (1) y nos da la espalda invencible de regreso al desierto, entonces nos damos cuenta de que ni siquiera sabemos su nombre.
Ya cabalga el héroe, el forastero, cuando se encienden las luces del cine.
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(1) Los Mustang son los caballos salvajes (en realidad, cimarrones) de Norteamérica. El nombre mustang proviene del español arcaico mustango que significa "extranjero". Esto se debe a que los caballos mustang son descendientes directos de los caballos llevados a América por los conquistadores españoles a partir del siglo XVI, de raza española, árabe o mezcla de ambas. (Wikipedia, La enciclopedia libre).
(2) Algunas citas no indican la procedencia ni la paternidad de lo citado, quedando en un vacío puntual que sólo el tiempo se encargará de corregir y completar (con ayuda de todos). He considerado que era lo mejor para el juego (para el guión) de la película. Espero que así se entienda y que los lectores puedan adivinar los dueños de las frases, en esta ficción cinematográfica de agresiones y de héroes.
1 comentario
pini -
me encantó, divino.